miércoles, 7 de septiembre de 2005

Su destino

En la penumbra de una noche de verano que estaba presidida por la más blanca luna nueva, un joven Elfo de los bosques buscaba algo de fruta para calmar los quejidos de su estomago vacío. Mientras estaba subido en la copa de un manzano, un leve susurro se levantó del suelo. Miro a sus espaldas, y miro al suelo pero no vio indicios de la procedencia de ese suave sonido —será el viento —pensó el elfo mientras volvía a su actual ocupación. En ese momento el viento se levantó con la suficiente fuerza, como para hacer que el Elfo se tuviese que agarrar fuerte a las ramas del árbol para no caer.

—¡Vangarë! —llamó el viento.
—¿Qui... Quién me llama? —preguntó el asustado elfo mirando a todos lados.
—Mi nombre es Atrysia —dijo el viento mientras que tomaba una forma casi humana—. Necesito tu ayuda.
—¿Y por qué debería ayudarte? —replicó Vangarë.
—Porque ese es tu destino —sentenció Atrysia.

El joven Vangarë quedo pensativo ante estas palabras, porque al fin y al cabo, si alguien tan poderosa como Atrysia pedía su ayuda diciendo que ese era su destino, es porque verdaderamente el sería el único en poder ayudarla. Si no fuera así ¿Por qué acudiría a un elfo vagabundo?

Vangarë acepto la misión, así como la espada que Atrysia tenia para el, y las indicaciones de hacia donde dirigirse y qué hacer. Después de un largo camino por tierras abruptas en las que no encontró nada, ni tan siquiera un enemigo, Vangarë llego a la cueva indicada por Atrysia y se introdujo en ella sin dudarlo ni un instante.

Mientras se movía por la oscuridad, sintió que se clavaban en el un millón de miradas que estudiaban sus movimientos con grandioso interés. Llego a una gran caverna y miro en rededor, buscando algún túnel para seguir su camino, pero con aquella oscuridad no podía discernir nada más allá de sus narices. Inesperadamente, se produjo un resplandor en su espalda, y dándose media vuelta, descubrió que era un hechizo dirigido contra su persona. El hechizo dio de lleno a Vangarë, el cual quedó inmovilizado por efecto de este. Unas antorchas llenaron el lugar de luz y, entre los innumerables rostros, reconoció a Atrysia:

—Gracias por venir hasta aquí —dijo Atrysia— pues con ese acto me has ayudado a saldar mi deuda con esta gente. Tranquilízate, también cumplirás con tu destino. Servirás de conejillo de indias para los experimentos de estos señores.

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