jueves, 17 de noviembre de 2005

El peor de sus días

Una saeta cruzaba veloz el viento, Firme y segura avanzaba hacia su objetivo mientras que giraba sobre si misma. La flecha volaba firmemente hasta el momento en que cumplió su objetivo: Introducirse en la garganta del único guardia que podía ver la entrada al recinto.

Cuando el sordo ruido de la caída del cadáver se produjo, hubo un movimiento entre las sombras del bosque, el cual nadie advirtió, pues el Experimentado explorador Elfo y su Lobo sabían como debían moverse entre las tierras de un bosque. Con gran maestría y sigilo, los dos compañeros se introdujeron en el campamento de leñadores para “convencer” al capataz de que dejaran en paz el bosque que los vio crecer.

El Lobo y el Elfo se movieron con cautela por el campamento, pues no querían despertar a ningún leñador antes de encontrar al Capataz. Paseando por el campamento vieron una tienda de campaña más lujosa que la del resto, ahí es donde se encontraría el capataz. Sin perder ningún segundo se dirigieron hacia la entrada de la tienda pero, cuando fueron a entrar, comenzó a sonar una campanilla por todo el campamento, un conjuro de alarma protegía la tienda de campaña. Al instante aparecieron varios leñadores y un par de guardias para impedirles el paso a la tienda y proteger a su capataz. El Elfo y el Lobo se lanzaron al ataque.

Desenvainando su espada, el Elfo se dirigió hacia los hombres que venían por su izquierda, mientras tanto el Lobo hacia lo propio con los hombres de la derecha. Con el sonido del entrechocar de los metales afilados comenzó una batalla en la que el Elfo ganaba terreno poco a poco, con un giro a la izquierda paró la primera estocada de un guardia, se agacho, hizo una finta y clavo su espada en el vientre del hombre, dejándole malherido y obligándole a abandonar la lucha. A este ritmo el combate duraría muy poco y podrían acabar con lo que vinieron a hacer antes de la media noche.

Ya habían caído dos hombres más bajo el acero del Elfo cuando este giro ciento ochenta grados para enfrentarse a otro hombre que se acercaba por su espalda. El Elfo no pudo evitar ver la escena que acontecía a pocos metros de donde se encontraba: Su Lobo estaba dando muerte al hombre sobre el que estaba encima, mordiéndole la yugular mientras que le sujetaba con sus grandes patas, para que no se escapará, mientras, un leñador, elevaba su hacha sobre el mamífero. El Elfo se movió hacia su fiel compañero para socorrerlo, pero se encontró con el arma del hombre que le flanqueaba el paso. Sin poder llegar hacia su compañero, lo único que pudo hacer, fue ver como el hacha bajaba velozmente hacia el cráneo del Lobo.

El Lobo se dio cuenta demasiado tarde de la situación y aunque se movió, no pudo evitar que el hacha atravesase lo suficiente su cráneo como para matarlo. El Elfo cayó de rodillas al ver el resultado de la escena, soltando su arma y llevándose las manos a la cara comenzó a llorar por su fiel amigo. Un fuerte golpe en la nuca le hizo perder el conocimiento.

Cuando despertó el Elfo unas grandes oleadas de dolor que partían de su nuca se desplazaban hacia su cerebro para provocarle un gran malestar, También sentía como los nervios de muñecas y tobillos chillaban de dolor. Al abrir los ojos y mirar alrededor vio que estaba en una sala vacía, con solo una cama, sobre la cual estaba tumbado. Unas fuertes correas sujetaban sus muñecas y tobillos, dejándolo casi inmovilizado. Mientras intentaba recordar como había llegado a ese punto, una imagen se poso sobre su cabeza. Era la imagen de la muerte de su único amigo.

Le había fallado, no fue capaz de ir en su ayuda. Todo era culpa suya, si hubiese echo caso a Eliet, su líder, nunca había pasado esto. Una y otra vez se repetía la misma imagen en su cabeza. El hacha, ese maldito hachazo había cercenado la vida de su amigo mientras el se había quedado mirando. ¡No había echo nada! Empezó a revolverse en la cama, quería enfrentarse a todos, quería correr la misma suerte que su amigo. ¿Cómo? ¿Cómo iba ahora a seguir? ¿Cómo iba a poder cargar con su enorme pesar? ¿Cómo iba a vivir?

Ceso de revolverse en la cama, se calmo dando paso al torrente de amargura que le asaltaba. Recordó el día en que conoció a su compañero, el día en que le libero de un cepo de cazador, cuando se bañaban juntos en el agua del lago. Un llanto afloro por sus ojos, los cerró y dejo que las lágrimas corrieran lentamente por su mejilla.

Una suave brisa acaricio su piel, despertándolo y alejándolo un poco de sus apenados pensamientos. Miro a su alrededor y no vio la sala en la que estaba, sino un bosque otoñal. El terreno estaba cubierto de hojas marrones y amarillas que se mezclaban con el color pardo de la tierra y el marrón oscuro de las cortezas de las raíces de los árboles que sobresalían del suelo. Los sauces llorones se movían lentamente al son de la brisa que circulaba entre las débiles ramas de estos abatidos árboles. Tumbado a la sombra de un sauce, estaba su lobo, cuando quiso levantarse para reunirse con el, se dio cuenta de que seguía atado a esa extraña cama. ¿Qué broma era esa?

El Lobo se levanto, miro a su antiguo compañero y comenzó a gruñirle. El Elfo estaba asustado, nunca se había comportado así su hermoso lobo, nunca le había gruñido. El lobo se dio la vuelta y desapareció, estaba claro que el espíritu de su amigo lo culpaba de su muerte. ¿Cuánto más duraría su pesadilla?

Una puerta se abrió. Miro a su alrededor y vio que se encontraba en una habitación con paredes blancas y una ventana con rejas, por la que entraba la débil luz del sol. ¿Qué era esto? ¿Brujería? Una muchacha vestida con una bata blanca se acerco a el con una aguja en la mano, El Elfo trato de resolverse, pero las ataduras lo agarraban fuertemente a la cama.

—Tranquilízate, no te haré daño.

La mujer le inyecto el liquido de la jeringuilla y salio de la habitación. Un gran sopor hizo le domino sumiéndolo en un profundo sueño, el cual solo le permitió oír el sonido de la puerta al cerrarse.

—Cyntia, ¿Cómo se encuentra Jack?
—Ya se encuentra mejor, le he dado un sedante para que se tranquilice. Cuando he entrado en la habitación, se ha asustado al verme.
—Pero si llevas siendo su enfermera desde que ingresó. Hace casi dos años.
—Lo se, pero esta vez a tenido una fuerte crisis. Tendré que hablar con el Dr. Ramoray para ver que opina.
—¿Qué ha sido esta vez? ¿Napoleón?
—No. No sé que fue, pero no paraba de repetir que él era el culpable de que su lobo hubiera muerto. No se que pasaría por su mente, pero Napoleón nunca tubo lobos como mascotas.

martes, 8 de noviembre de 2005

Buno

—¡¡¡¡Ya está bien!!!! —gritó el maestro Nañeak— ¡Castigado contra la pared! ¡Y no quiero oír ni una sola palabra más! ¡De ninguno! ¡Poneos a estudiar el 5º temario! Que falta os hace.

Buno se levantó de su asiento con la cabeza gacha y se dirigió a la pared mientras que sus compañeros de clase cuchicheaban en voz baja para que no pudiera oírlos ni el, ni el profesor Nañeak.

—¡He dicho que os calléis! —Volvió a repetir a gritos.

La verdad es que el maestro Nañeak era bastante irascible y el comportamiento de Buno no hacia más que disminuir la poca paciencia que tenia con los niños.

Buno era un buen chico, no se portaba mal, era sincero, generoso y muy inteligente; y ese era el problema. Buno no podía resistirse a corregir a la gente cuando veía que cometían un error y, en la case de matemáticas del profesor Nañeak, no podía evitar corregir al profesor cuando este se equivocaba, cosa que solía ocurrir con frecuencia.

El Profesor Nañeak ya estaba entrado en años, apunto de jubilarse, y con los años se había vuelto bastante despistado. Siempre que se equivocaba aparecía la mano de Buno levantada, si le ignoraba, Buno no se frenaba y decía lo que tenia que decir en voz alta. El profesor detestaba que un niñato de cinco años le corrigiera a él, que tenia unas oposiciones, una carrera y cuarenta y tres años de experiencia. No, ese mocoso no se iba a salir con la suya.

El timbre de la escuela sonó, sacando a todos de la concentración que reinaba debido al silencio que habitaba en la clase. Los críos comenzaron a recoger para irse a casa, y Buno se dirigió hacia su asiento para hacer lo mismo que sus compañeros.

—Buno —dijo el Profesor con voz severa—. No te marches. Hoy te quedaras una hora más.
—¿Estoy castigado? —Preguntó asombrado Buno— pero...
—No quiero oír tus protestas —le cortó Nañeak—. Debes aprender a respetar a tus mayores.
—Pero...
—¡He dicho que nada de protestas! —Le volvió a cortar el profesor levantando la voz—. Si sigues con esta actitud no tendré más remedio que suspenderte.

Nañeak saboreo con deleite sus últimas palabras, pues sabia muy bien que el chico nunca había suspendido una asignatura, bueno, para ser exactos, nunca había sacado una nota menor a un sobresaliente. Normalmente Nañeak castigaba a sus alumnos con el suficiente número de ejercicios como para tener que terminarlos en su casa, pero el caso de Buno era especial, pues sabía que podría terminar todos los ejercicios antes de que pasase esa hora de castigo, por lo que decidió volverle a mandar contra la pared.

Buno no comprendía el porque del castigo, no había echo nada malo. Tan solo le había corregido al profesor Nañeak cuando se había equivocado en el resultado de una división. ¿Por qué le decía que le suspendería? No podría aguantar un suspenso, el siempre aprobaba, era lo que más le gustaba hacer.

—Toc, toc. —Era la voz del director Yaguin. Estaba en la puerta con unos papeles en la mano—. ¡Hola Buno! ¿Qué haces aún aquí?
—Está castigado —contestó fríamente Nañeak.
—¡Oh! Profesor, ¿Puedo hablar con usted un momento? —Solicitó Yaguin— En el aula de al lado, por favor.
—Claro.

El profesor Nañeak se levantó de su asiento y se dirigió a la clase de enfrente seguido del director Yaguin. Buno se quedó en su sitio, intentando escuchar la conversación de enfrente, pues cometieron el error de no cerrar las puertas.

—¿De qué se trata? —Pregunto Nañeak.
—Verá —comenzó diciendo Yaguin— han venido unos representantes de la escuela de genios del estado para evaluar la posible incorporación de Buno en dicha escuela.
—¡¿Qué?! —Preguntó exaltado Nañeak—. ¿Ese mocoso va a ir a una escuela de genios?
—Si —contestó con paciencia el director—. A parte de las notas, las cuales son excepcionales, necesitan la firma de todos sus profesores diciendo que es lo suficientemente inteligente como para ingresar en la escuela.
—No firmaré ese papel —replicó con desdén Nañeak.
—Si lo hará, porque si no lo hace, le abriré expediente con todas las cosas que he pasado por alto de su comportamiento, será despedido y me aseguraré de que no vuelva a trabajar en ninguna escuela.
—Déme ese papel —dijo Nañeak con los ojos abordados por la ira.

El Director Yaguin se dirigió hacia el aula donde se encontraba Buno mientras que este soñaba con todas las cosas que iba a hacer cuando ingresara en la escuela de genios.
—Buno, ya puedes irte a casa —le dijo el director sacándole de sus pensamientos—. Y haz el favor de decirle a tu padre que tengo que hablar con el, tengo una buena noticia para los dos.