martes, 7 de febrero de 2006

El agobio de la camisa arácnida

¡Malditas camisas de cuello largo! No me dejan respirar libremente, se agarran a mi cuello como si fueran una segunda piel, ¡Y no me gusta! Las detesto. Encima la que llevo puesta esta hecha de esa extraña tela que hace que mi piel se torne colorada, como si una araña me hubiera picado. Si, estas perversas camisas son lo más parecido a esos endemoniados bichos de ocho patas que se quedan acechando durante días para conseguir algo de comida.

¡No me miréis así! ¡Es cierto! El parecido es increíble, pues las arañas usan finos hilos tejidos para cazar a sus presas, lo mismo que las camisas de cuello largo. Usan sus hilos para agarrarse a mi cuello e intentar bloquear el paso del oxigeno. ¡No lo puedo permitir! ¡Nunca más me volveré a poner una condenada camisa de cuello alto.

Cesta de Navidad

En el departamento de contabilidad estábamos todos como locos, moviéndonos entre las mesas buscando a nuestros compañeros para cotejar datos, buscando facturas perdidas durante el año, introduciendo datos a destajo para hacer el cierre del año, pues estábamos a 30 de diciembre y mañana había que tener listo el cierre del año.

Mientras trabajábamos, bajo a la planta de contabilidad el presidente de la compañía y pidió silencio y atención. nosotros, pese a que teníamos mucho trabajo, paramos y nos reunimos en torno a su persona para escuchar lo que nos venia a decir:

—En primer lugar os quiero felicitar las fiestas a todos —comenzó diciendo mientras doblaba nerviosamente unos papelitos—. También quiero deciros que dado a las perdidas no puedo daros a todos una cesta de navidad, aunque me gustaría. Por ello voy a sortear esta cesta que nos han dado como regalo para este departamento.

Mientras nos numerábamos todos los presentes, el jefe comenzó a numerar los papelitos para ver cual se llevaba el premio.

Tras unos instantes de incomodo silencio se vio que el numero premiado era el 7, que curiosamente me correspondía a mí.

Después de darme la cesta, la abrí para ver que contenía. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que dentro había una impresora viaja.

—Manolo —le susurre a mi compañero—. ¿Esta no es la impresora que quitaron en febrero del departamento?

—Jajaja, es cierto —contesto manolo mientras miraba dentro de la cesta—. Serán cutres.

En el callejón

En la oscuridad de la noche cerrada caminaba con prisas un hombre joven por un callejón apartado de la ciudad sin más luz que la de una farola parpadeante que quiere fundirse cuanto antes. El joven miraba constantemente hacia atrás, con nerviosismo aceleraba el paso y se adentraba más en el callejón. Detrás suya se oía el ruido de unos zapatos nuevos, con el paso firme y sin prisa, se acercaba cada vez más el sonido del caminante desconocido.

El joven, de caminar pasó a correr, pero con tal mala suerte que se metió por una callejuela sin más salida que el acceso de entrada utilizado. Cuando se dio la vuelta para rectificar su rumbo, vio que su perseguidor ya había bloqueado la única salida.

El perseguidor, un hombre trajeado de metro ochenta, se acercaba lentamente pero amenazante a su futura victima, la cual retrocedió sin perder de vista al hombre trajeado hasta que su espalda chocó contra la fría pared en que finalizaba la callejuela.

—No… no me haga daño, por favor —dijo el joven con miedo, y sacándose la cartera del bolsillo añadió—. Le daré todo lo que llevo encima.
—No quiero tu dinero —replicó el hombre trajeado—. Quiero algo más valioso de ti.
—Pe- Pero no llevo nada de valor.
—Seguro que encuentro algo que me agrade —afirmó el misterioso hombre mientras que dejaba que la luz de una farola le bañase, mostrando su horrible rostro.

Su cara estaba arrugada, con el ceño fruncido y unos largos colmillos sobresalían de su boca. Sin duda alguna, la visión de este ser, amedrentó aún más al joven, pero haciendo de tripas corazón, encontró el valor suficiente para ponerse en movimiento e intentar escapar. Desgraciadamente el callejón era muy estrecho, y el vampiro agarró del cuello a su victima mientras intentaba escapar. El vampiro mordió al joven y comenzó a chupar la sangre de este. Pero enseguida apartó al joven de un empujón y escupió al suelo la sangre bebida.

—¡Está asquerosa! —Exclamó el vampiro—. ¿Te has drogado? Si, seguro que es eso —el vampiro probó un poco más de sangre—. Te has metido caballo. Maldito estúpido.

En un acto de rabia el vampiro cogió al joven, que seguía sangrando por las heridas de la mordedura, y le partió el cuello.

—Tendré que buscar otra victima —sentenció el vampiro mientras se alejaba del callejón.