jueves, 29 de julio de 2010

Sabrosa Cena

25 de diciembre, Navidad. Laura despertó con el alba, se incorporó y se quedó unos segundos en silencio. Todo estaba en calma a estas horas y por eso le encantaba levantarse tan pronto. Se aseó rápidamente porque hoy tenía varias cosas que hacer. Una vez vestida, Laura se dirigió al salón, donde se tomó un pobre desayuno a base de galletas rancias, pues el café y la leche hacia tiempo que se había acabado. Mientras ingería esas galletas, observó el salón, ya que el día anterior lo estuvieron decorando, con guirnaldas y adornos varios que aún guardaban de años anteriores. Detuvo su mirada en el pino que hacia de árbol de Navidad, la verdad es que era un pino un poco raquítico, pero eso daba igual porque se habían divertido mientras lo adornaban dejando a un lado sus penas y problemas durante un par de horas.

—Buenos días, y ¡Feliz Navidad!
—Feliz Navidad, mamá —dijo Laura saliendo de su ensimismamiento.
—Vaya. Hoy no has dejado ni que te prepare el desayuno —comentó Rocío, la madre de Laura, mientras observaba las galletas que estaba comiendo—. ¿Vas a algún lado?
—Si. Voy a salir un rato —contestó Laura con aire sonriente—. ¿Puedes coger tú el Agua? Yo traeré la comida.
—Si, yo me encargo del agua. No te preocupes —dijo Rocío mientras veía como su hija recogía sus cosas para marcharse—. Ten mucho cuidado.
—No te preocupes, mamá. Hoy es Navidad, el Ejercito Sublevado no atacará —aseguró Laura mientras daba un beso en la mejilla a su madre—. Hasta luego.

Salio a la calle haciendo caso omiso a las últimas palabras de su madre y pisó la fría nieve con sus botas desgastadas. Había estado nevando copiosamente durante toda la noche, lo que habría dejado una estampa totalmente navideña si no fuera porque los edificios de los al rededores estaban total o parcialmente derruidos por los bombazos recibidos. Hoy no se oían disparos, lo que significaba que había una tregua gracias a la Navidad. ¡Qué hermosa era la Navidad! Laura comenzó a caminar alegremente evitando el centro de la ciudad, pues era allí donde los camiones del ejército hacían el reparto diario de agua potable para la población.

El país estaba en medio de una guerra civil y el Ejercito Sublevado había sitiado la ciudad de Laura, produciendo una complicada situación para sus habitantes. Aunque el invasor solo atacaba a objetivos militares, de vez en cuando se les escapaba alguna bomba hacia objetivos civiles. Desde hacía más de un mes, los habitantes no tenían acceso a agua potable, porque los bombardeos habían alcanzado a la única depuradora de agua disponible. Además, habría que añadir, que en tiempos de guerra era mucho más difícil encontrar alimentos, y más en una ciudad sitiada.

Como aún era pronto, Laura decidió ir primero a visitar a la señora María Luisa pues le había hecho un encargo hace un mes y le hacía mucha ilusión recogerlo cuanto antes. Estaba segura de que la sorpresa les iba a gustar mucho a sus padres y a su hermano, pero también sabía que si les hubiese comentado algo la hubieran intentado disuadir. Llevada por estos pensamientos, Laura llegó a la casa de María Luisa, Llamó a la puerta con los nudillos y esperó impaciente a que le abriesen.

Tras una breve conversación y todos sus ahorros, Laura logró lo que quería. Había apalabrado hace un mes comprarle una gallina a María Luisa, la cual le había conseguido una que ya estaba vieja, pero una gallina al fin y al cabo. Mientras paseaba con su gallina bajo el brazo, iba observando a la gente por las calles, como hoy se podía salir con relativa tranquilidad, había más personas que las que habitualmente se pueden ver, y la gran mayoría estaba con adornos de Navidad, árboles de Navidad, y muchas cosas más que eran típicas de estas fiestas. La ciudad respiraba una tranquilidad y una alegría que durante mucho tiempo le fue negada.

Finalmente, Laura llegó a su casa y les dio la sorpresa a sus padres y a su hermano. ¡Hoy tendrían una buena cena de Navidad! La gallina en la cocina muy temprano se comenzó a cocer y les llegó el bendito olor de una buena gallina, pues aunque al principio era dura, se fue ablandando poco a poco dejando entre ver que sería la más sabrosa de las comidas que últimamente se habrían llevado a la boca.

La hora de la cena se estaba acercando y mientras que el aroma de la gallina invadía la sala, Laura y su hermano Fran iban poniendo la mesa, iban situándolo todo para que fuese una gran cena. Llego la esperada hora de hincarle el diente a la gallina, todo estaba preparado para comenzar. Fran con los cubiertos en la mano, el padre de Laura colocándose la servilleta en el regazo, Laura poniendo unas patatas asadas en la mesa y Rocío trayendo la maravillosa cena a los ansiosos comensales.

Dando las gracias a su hija por tan maravilloso regalo de Navidad, Raúl, padre de Laura, Inició la repartición de tan esperada cena, sin embargo, oyeron el sonido de los aviones al aproximarse. Todos se detuvieron y mirándose asombrados a la vez que un poco asustados todos pensaron la misma frase: “¡No es posible, es Navidad!”. Pero si era posible, y las sirenas anunciaron a la gente que debía buscar un refugio.

—Cenar —dijo Raúl—. Serán los nuestros, que por algo es Navidad.

El sonido de las bombas mezclándose con las sirenas confirmo la tragedia, la ciudad estaba siendo bombardeada. Dejando la gallina en la mesa, la familia tubo que correr a refugiarse, y la verdad es que les daba una pena el abandonar aquella grandiosa cena que ya estaba cocidita, blandita, como manteca. ¡Con el hambre que tenían!

Una vez a salvo, en el sótano. Ninguno podía dejar de pensar en que su cena estaba arriba, sola, sin nadie que se la lleve a la boca, sin ningunos dientes que probasen su tierna textura, sin ninguna lengua que saboreara su agradable sabor. Los minutos pasaban en la noche siendo eternos, sin poder pensar en otra cosa que en su cena. Ella arriba, ellos abajo, pasando frío y hambre, estando asustados por el ensordecedor sonido de las bombas al impactar en su objetivo.

Dos largas horas pasó la familia en el sótano, dos eternas horas de bombardeo que parecían no tener final, pero al final las bombas callaron. La familia subió despacito pero contenta, sabían que esa noche había una buena cena esperándoles encima de la mesa.

Por fin se sentaron alrededor de la gallina y al fin pudieron disfrutar de su cena. La gallina estaba helada, ¡Pero estaba tan buena! La familia comió, cantaron villancicos y disfrutaron una noche, como si la guerra que se desarrollaba a su alrededor ya no existiera. Pero aún así, les pesaba que el ejercito enemigo, tan religioso que era, no hubiera respetado la Navidad.

1 comentario:

Kapu dijo...

Este es un relato que presenté al concurso de navidad de Sedice.com del año ¿2006? ¿o fue 2005? En cualquier caso, no obtuvo mucho éxito, evidentemente.